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Cuando abrí este blog, hace ya más de 5 años (¿eso me convierte ya en una dinosauria blogera o solo soy una simple veterana?) JAMÁS imaginé que escribiría sobre lo que hoy voy a escribir: sobreexposición a información sobre coronavirus, en medio de una pandemia mundial. ¡Qué cosas! Claro que tampoco a ninguno se nos pasó siquiera por la cabeza (menos a Scott Z. Burns, guionista de «Contagio«) que íbamos a vivir lo que estamos viviendo y… «Hola, pandemia. Qué tal confinamiento«.
Empiezo con este post una serie de entradas sobre aspectos psicológicos, gestión emocional, recursos y estrategias para navegar por este mar incierto que está siendo nuestra vida en estos días. No es un tiempo fácil: la incertidumbre, el miedo, la ansiedad, el estrés, la culpa y un montón de emociones más están pasando sobre muchos como verdaderas apisonadoras. A veces todo en un mismo día. Menudo carrusel.
Solo espero poder ser de ayuda, aunque sea un poquitico. Gracias por seguir ahí, aunque ahora este blog en vez de Lapsicomami sea más bien LapsicoMamen, jejeje (ella ríe sola).
IMPORTANTÍSIMO: esto son artículos que en ningún momento sustituyen la atención profesional, de manera que si de verdad te sientes mal, si te cuesta gestionar todo esto, acude a un profesional. Los psicólogos somos gente maja, lo prometo, y estamos para ayudar.
SOBREEXPOSICIÓN: NECESITO SABER MÁS… TODO EL TIEMPO
Hay un ansia viva que ha invadido a muchos estos días, y no, no me refiero a la de acaparar papel higiénico en plan «que llegue el fin del mundo, pero que me pille con el Ohio reluciente», que también. Me refiero a esa necesidad de hablar del coronavirus (y sus efectos a todos los niveles), ese ansia por leer sobre el tema, escuchar hablar del tema, pensar en el tema. El tema. Todo el día «el tema en la boca», como decía mi abuela.
Es cierto que este confinamiento nos ha pillado con una ventaja que no tuvieron los humanos que vivieron otras pandemias: Internet. Menos mal, Internet y las nuevas tecnologías nos están dando mucha vidilla: nos permiten estar en contacto con los nuestros, socializar, currar, estar informados… Pero además de las evidentes ventajas tienen un contra como la catedral de Burgos: el riesgo a una sobreexposición.
Sobreexposición a información: estar excesivamente en contacto con un tema que genera emociones negativas (ya sea buscando activamente hablar o leer sobre ello, como dedicándole tiempo mental), de tal forma que produce malestar emocional significativo en la persona. Más o menos es esto, así grandes rasgos. Adaptando una maravillosa canción de los Queen: too much love info will kill you.
Vemos las noticias, claro, pero también entramos en Twitter (refrescando pantalla -con el dedo más rápido a este lado del río Manzanares- cuando te has leído ya cuatro veces todo tu puñetero timeline de arriba a abajo), leemos cada publicación en Facebook de cada uno de nuestros conocidos, entramos -voluntariamente, ojito con esto- en los grupos de Whatsapp -incluso en el del AMPA-, vemos stories de gente sufriendo en su chalé con piscina climatizada contado cómo está llevando todo esto… Queremos -como decía Mercedes Milá en su programa- saber. Necesitamos saber para calmar nuestro malestar, para buscar certezas en este mar de dudas.
Es como si la información fuera mandanga de la buena, drogaína en formato escrito, vídeo o audio, que necesitamos en vena para aplacar nuestra angustia.
Lo que sucede es que según tomamos contacto con el tema, según desbloqueamos el móvil y entramos en Twitter o en el grupo de Whatsapp de los compañeros de trabajo, notamos un poco de calma, baja la ansiedad. ¿Te ha pasado? Lo malo es que ese efecto solo dura unos segundos, y luego el malestar vuelve, y más fuerte, el jodío.
Pero aunque sea un alivio breve nuestro cerebro, angelico, establece una especie de regla: Oye, colega, cuando tengas ansiedad, mira intennné, que te la baja. Y ahí que vamos, de cabeza a una conducta que es, dicho poco técnicamente, pan para hoy, hambre para mañana.
Pero, ¿por qué lo hacemos? Como casi todo en lo que al ser humano se refiere se trata de algo multicausal, es decir, es algo que se genera por la suma de unas cuantas variables. Explicarlo todo sería como hacer una tesis doctoral, y ni tú ni yo tenemos tiempo para eso -por mucha pandemia que haya-, así que voy un poco al grano y te cuento por encima parte de este proceso, uno que se convierte rápidamente en un bucle.
El bucle del mal
El problemilla es que esa necesidad de saber más, esa angustia que te lleva a leer y leer y leer sobre el tema, a querer hablar de ello y solo de ello (o casi, que hablar de lo bien que se vive sin depilarse o sin llevar sujetador está dando grandes momentos a muchas) es una trampa (¡It’s a trap!).
Resulta que en realidad esto, como decía antes, es un bucle, uno que se retroalimenta, además. Viene a ser algo así:
Tengo ansiedad, me siento mal, están pasando cosas terribles, todo mal – Necesito información para aplacar la incertidumbre, saber qué está pasando, tener fechas, datos que me den (sensación de) control – Leo/veo noticias o opiniones o lo que sea que encuentre, como si es mi vecina por su ventana – Me alivia momentáneamente – Pero como lo que leo/veo no son respuestas, sino más miedo, más incertidumbre… – ¡Vuelvo a la casilla de salida! Tengo ansiedad, me siento mal, están pasando cosas terribles, todo mal – Necesito información para aplacar…
Y ASÍ TODO EL RATO.
A veces es posible que sintamos eso de «me estoy perdiendo algo» o «hay gente que sabe cosas que no se están diciendo en los medios, y que tengo que saber». ¿Te ha pasado? La ansiedad que generan estos pensamientos también nos lleva a buscar más y más, a pensar en ello más y más.
Y con ello acabamos aún más sobreexpuestos al tema, saturados, lo que hace que sea más difícil gestionar nuestras emociones. Además, por otra parte, esas ideas, esas reglas acerca de lo importante que es «saber más», nos llevan a otro sitio aún peor: el rincón de los bulos.
#stopbulos
El ser humano funciona muy mal en la incertidumbre, en la ambigüedad, así que «pega puñaos» a donde sea para tener algo a lo que agarrarse, para tener puntos de apoyo, aunque no sepa si son fiables o no. Aunque sepa que no lo son. Hay un artículo interesante que habla un poco de estas cosas y de eso que los psicólogos llamamos «sesgos de pensamiento«, por si le quieres echarle un vistazo.
Pero los bulos son eso, bulos, y nos hacen mal, muy mal, tanto a nivel individual como social. Así que por favor, por ti, por todos: no difundas, rompe la cadena del bulo.
Aquí un resumen «poco resumen»
Recomendaciones
- Limita tu exposición a una o dos veces al día. Para estar informado no hace falta más tiempo, y todo lo que te expongas de más será fuente de malestar posterior. Seguro que ya lo has experimentado estos días.
- Elige fuentes fiables: entiendo que aquí entran en juego sensibilidades, tendencias políticas… Sea como fuere lo que está claro es que tu primo no es un estadista ni un experto internacional en movidas víricas, así que…
- Información que aporta, gente que suma (incluidos nosotros). No es que tengamos que hacernos un dúplex en los mundos de Yupi (qué mayor soy) y vivir de espaldas a la realidad: es que como tenemos que sobrevivir más nos vale ocuparnos que preocuparnos, más nos vale hacer y crecer que rumiar y sufrir. Hay mucha gente haciendo cosas maravillosas estos días, y otros muchos que no hacen grandes gestas pero ponen un punto de humor, o te recuerdan esa peli que está bien… o lo que sea que no es «Todo mal, todos mal«. Esa gente sienta bien. Búscala, relaciónate con ella. Y hagamos lo mismo nosotros: aportemos, aunque sea escuchar cuando otro lo necesita o relatar lo mal que nos ha salido la receta que hemos probado en un arranque de i+D culinario. Son días complicados, pero tenemos que vivirlos, y la vida no es solo coronavirus.
- Silenciar y bloquear, todo es empezar: escribía Arturo González-Campos estos días un hilo en Twitter la mar de interesante sobre este punto. En él contaba que en estos días tan duros necesitaba protegerse del mal rollo, de la crítica, de lo negativo que no suma. Y aunque él lo denominaba «un #hilodemierda» me parece, en realidad, algo de lo más sensato y de lo más saludable mentalmente. Si leer a otros hablar en negativo, criticar o despotricar, te aprieta el corazón y te zarandea emocionalmente tirando de ti hacia abajo… ¡fuera! No pasa nada por silenciar grupos, perfiles de Twitter o dejar de leer a determinadas personas. Recuerda: una cosa es estar informado, que es necesario, y otra «nadar en el barro cual cochinillo».
Y con esto y un bizcocho (porque otra cosa no, pero en los hogares de España se están cocinando bizcochos a mansalva), hasta otro día a las ocho (al final he puesto esto porque la otra rima que se me venía a la mente no la puedo decir porque hay juguetes preescolares delante).
Gracias por leerme, por seguir ahí y sobre todo, gracias por hacer todo lo que estás haciendo, que es mucho, de eso estoy segura.
Un besote,
Mamen
2 respuestas
Ay yo ahora lo que echo en falta es algún lugar en la red «libre de Coronavirus»!! Es que no hay escapatoria 😱 hasta los cómics que leía ya están también hablando del tema 😭
Hola! Jo, estoy muy de acuerdo contigo, y entiendo lo que dices… También me pasa. La cosa que es que como psicóloga me gustaría poder aportar algo, de ahí que haya abordado el tema. Pero sí que me gustaría publicar algún post «de los de siempre», porque es verdad que necesitamos cosas «libres de coronavirus». 😉 Gracias por seguir ahí!