Tener sensación de cansancio, tristeza, malestar, dificultad para dormir… y menos ganas de volver al curro (y a los madrugones y responsabilidades) que de que te hagan una colonoscopia dicen, DICEN -y acabamos diciendo todos- que se llama «síndrome postvacacional«. La cosa es que no, no es un síndrome, y además nos interesa poco llamarlo y verlo como tal. Pero eso no quita que en estos días de vuelta a la rutina puedas sentirte regulinchi. Ven, que te cuento qué pasa con eso del síndrome -o no síndrome- y además veremos qué puedes hacer para reducir eso que sientes estos días, porque la realidad es que… la bajona no perdona.
Llega septiembre y aunque aún hay personas (esas personas, ¡envidia mala!) que están de vacaciones, una inmensa mayoría de criaturas estamos en la vuelta a la rutina, la vuelta al curro, la vuelta al cole… LA VUELTA.
Y como cada año por estas fechas, empiezan a surgir, como mocos en la nariz de un niño que empieza el cole, artículos, vídeos, anuncios y productos para vencer a ese «síndrome postvacacional». Vender, quédate con eso.
Etiquetas y problemas
Vamos con titulares y luego ya te suelto la chapa: el síndrome postvacacional no existe. No hay evidencia científica al respecto.
- Pero… si yo siento todo eso que has dicho (y más), ¿cómo va a ser que no existe?
Pues no existe, no, pero eso no significa que tú no te sientas así, que tú no sientas esas cosas que mencionaba al principio. Lo que sucede es que eso que sientes es normal dadas las circunstancias, es lógico y no patológico, no es un problema, es la vida: resulta que las personas necesitamos un tiempo para adaptarnos al cambio. Pero claro, eso vende menos que ponerle un nombre, convertirlo en un problema del individuo y aportar, a golpe de pastis y productos, la solución.
«Las personas necesitamos tiempo para adaptarnos a los cambios, ¡y eso no es ninguna patología!»
La cosa es que cuando colocamos la etiqueta entramos en un bucle de explicación circular que se retroalimenta -y nos hace la puñeta-, porque no explica nada pero nos hace sentir y pensar que tenemos algo «malo». Y si pensamos que «tenemos algo malo» empezaremos a focalizar la atención en eso, con lo cual probablemente aumentemos la sensación chunga… Total, que nos vamos a sentir más regu-mal.
¿Qué es eso de la explicación circular? Te pongo un ejemplo:
- Me siento mal.
- Eso es porque tengo síndrome postvacacional.
- ¿Y por qué sé que tengo síndrome postvacacional?
- Porque me siento mal.
Como ves la etiqueta no explica nada pero sí que nos lleva falsamente a pensarlo. (Esto de las etiquetas no se queda solo en estos síndromes inventaditos, tiene su miga en general, pero ya hablaré de eso en otro momento.)
Te explico, me explico.
Pasar de un contexto en el que no tengo que rendir, en el que tengo tiempo libre para hacer cosicas, en el que tengo el cuerpo festivo y descansado –menos si tienes peques, que entonces de esto menos-, a entrar en la rueda de las obligaciones, con carga de curro, responsabilidades, presiones, menos tiempo para mí… es absolutamente normal, lógico y esperable que se te presente como una cuesta arriba de las épicas.
No querer tener que enfrentarte a eso, que es hostil, aversivo, es lo esperable no un problema que tú tengas porque “no te estás adaptando bien”. ¿Se ve? Por lo tanto no es de extrañar que te cueste todo estos días.
Vivimos en una sociedad en la que estamos patologizándolo todo, en la que vendemos que hay que sentirse bien todo el rato y que, por tanto, si eso no sucede es porque hay un problema. (Si te interesa el tema: Happycracia, libro de E. Cabanas)
Cada vez somos más intolerantes y fiscalizadores con las emociones -llamadas- negativas (es mejor llamarlas desagradables, porque negativas no son, son necesarias y adaptativas, como todas las emociones), por lo que cualquier cosa que no sea estar estupenders es un problema.
Y vuelvo a lo de antes: lo esperable es que pasar del contexto vacacional al de curro y rutina no apetezca, nos ponga tristes, nos cueste… y nos de la bajona del milenio. Pero eso no es una patología, es un cambio de contexto al que irás adaptándote poco a poco.
Ojo, que puede pasar que, además de esa bajona esperable por el cambio en el contexto, resulte que mi situación laboral sea una puñetera mierda draconiana, con un horario y unas presiones letales que no me permiten desconectar, descansar o vivir (que es bonito eso de vivir). Pues entonces con más razón todo lo dicho hasta ahora: no eres tú, es que te vas a tener que enfrentar a algo que es aversivo y de facto poco saludable, ¿cómo no vas a pasarlas canutas ante la idea de tener que volver a eso? El problema son esas condiciones, no tu gestión de las mismas.
Se está tendiendo a poner el foco del problema en el individuo, no en un sistema que es ultraexigente y que lleva, sopresivamente para nadie, a que petemos, y por tanto a que no queramos volver a entrar en esa rueda ni de coña. Si trabajas mil horas, si tu empresa te exige hasta el infinito y más allá (porque eso indica implicación, porque es el espíritu que buscan, porque… patatas), si no se respeta tu tiempo personal, si hay presión, si el sueldo encima es una mierda… el problema no eres tú y tu bajona, el problema es ese contexto, el sistema, que tiene unas demandas incompatibles con la salud mental.
Sé que me he puesto densa, pero el tema lo merece. ¡No me abandones, sigue conmigo!
Pero entonces, ¿qué hago con esta bajona que tengo?
Pues… paciencia y pasito a pasito, es un malestar pasajero: poco a poco irás adaptándote a la rutina de nuevo, al cambio en las demandas del contexto (siempre que ese contexto no sea hostil de pelotas, como decía antes).
Vamos con algunas cositas así generales que pueden ser de ayudita para esa adaptación:
- Es guay hacer planes agradables a corto plazo, para que no te centres solo en el marrón que se te viene por delante. Pequeñas bombonas de oxígeno como por ejemplo “Pues este finde vamos a no sé dónde”, o “En dos semanas tenemos entradas para…”.
- Un ratito de descompresión al final de la jornada es bonico: un espacio en el que hagas algo que te resulte agradable (pero sin presión, que hay días que es verdad que la vida no da para más y lo que te falta encima es sentir que el problema eres tú que no te organizas bien para ir todos los días dos horas al gimnasio o para meditar- ya hablaré de esto otro día-).
- Una buena alimentación y un descanso suficiente pueden ayudarte a pasarlo menos mal. Tener menús planeados con tiempo (que permiten tener los ingredientes necesarios comprados y a mano) ayuda a que no recurramos a comida chunga, poner unos horarios para irnos a la cama… Esas cositas.
- Si hay condiciones en tu día a día que detectes que de verdad no te hacen sentir bien, plantéate si se puede realizar algún cambio, alguna mejora… (y operativízalo, es decir: qué se puede hacer, qué hace falta para ello, qué depende de mí, qué tiempos necesita, qué recursos…). En ocasiones eso que te está haciendo la puñeta no se puede cambiar (por eso hablaba antes de sistema, de condiciones ambientales que no dependen del individuo), y es una faena. De nuevo, insisto, ten esto en cuenta para que no suceda que no te “eches el muerto tú”.
- Y si de verdad te sientes mal, si no sabes cómo manejar esta situación y te preocupa, pide ayuda, para eso estamos los profesionales que nos dedicamos a esto (no podemos cambiar las condiciones ambientales, tu trabajo o tu sueldo, que igual es lo que está detrás de tu malestar, pero igual podemos ser de ayuda en el camino). Un abrazo grande.
Vamos a por esa vuelta, sin síndromes ni etiquetas vacías… pero sí con una mijita de humor, que siempre sienta bien.
Y para darle a la risa dos cosicas:
- Una serie QUE ES GLORIA BENDITA: Lo que hacemos en las sombras. Mandanga de la buena. Hay serie y peli, las dos maravillosas, pero en mi opinión la serie es todavía mejor. Es que me reía yo sola a carcajadas, de esas veces que te da hasta vergüenza jajaja. Te dejo el tráiler de la peli, por si quieres hacerte una idea.
- Y una chorrada de Instagram que me dio en el botón de la risa.
Mamen